La gestión de residuos tiene un importante rol en la acción climática, tanto a nivel nacional como desde el ámbito local. El financiamiento climático y la digitalización del sector son claves para avanzar hacia un modelo residuo cero.
El sector de los residuos es responsable directo de alrededor del 3 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Este es un dato recogido en el Quinto Informe de Evaluación (AR5) del año 2013. Aquella declaración del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) llevó a una percepción común de que la gestión de residuos y recursos tiene poco peso en el global de las emisiones y, por tanto, contribuye mínimamente a la mitigación de la crisis climática.
Pero dicha percepción está alejada de la realidad. Como expondremos en el presente artículo, el impacto de una adecuada gestión de los residuos y una mayor eficiencia de los recursos en la atenuación del cambio climático es significativo. Si tenemos en cuenta las emisiones indirectas y los beneficios potenciales en términos de ahorro de gases invernadero, la influencia global de las actividades de control de residuos en el balance de las emisiones de GEI es muy relevante.
El AR5 se basa en datos de 2010. Y según el AR6 del IPCC, que emplea datos de 2019, la cifra es similar: la gestión de residuos contribuye con un 3,32 % de las emisiones GEI. En el ámbito nacional, conforme a datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) de ese mismo año, los residuos suponen el 4,3 % de las emisiones en términos de dióxido de carbono equivalente (CO2 eq). Pero situémonos en el tiempo y veamos el «trabajo detrás» hasta llegar a estas cifras.
En torno al 90% de la contribución directa del sector de residuos al calentamiento global es metano (CH4) procedente de la degradación anaeróbica de desechos orgánicos depositados en vertedero. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el CH4 es un potente gas de efecto invernadero, con un poder de calentamiento más de 80 veces superior al del dióxido de carbono (CO2) durante los veinte años posteriores a su liberación a la atmósfera.
A comienzos de 1970 se introdujo la primera legislación ambiental en los países de altos ingresos, lo que hizo que aumentase el grado de control de residuos sólidos en vertedero. Los primeros controles operativos (confinar, compactar, cubrir) llevaron a habilitar sitios de eliminación anaeróbicos, aumentando así la generación de CH4. Más tarde, la recolección del gas supuso una notable mitigación climática. La gestión ambientalmente racional recuperó energía del gas, compensando las ya mitigadas emisiones de GEI.
Todos estos controles ambientales se complementaron a partir de los 90 con medidas para desviar los biorresiduos del vertedero. Así pues, las emisiones directas de GEI del 3% del sector reflejan más de tres décadas de esfuerzos efectivos de mitigación por parte de muchos países de elevados ingresos. Dicho porcentaje de contribución de la gestión de residuos sólidos es el resultado de más de tres décadas de mejora en el control de los vertederos y el desvío de los desechos hacia otros métodos de gestión.
Hoy, la gestión de residuos sólidos está progresando hacia una economía circular, con acento en la valorización. Seguir la jerarquía de residuos, definida en la Directiva 2008/98/CE, como principio orientador favorece las actividades con menos impacto en términos de GEI. Priorizar la prevención, después la reutilización, el reciclado, la valorización del residuo y en última instancia la eliminación no solo conlleva grandes ahorros de emisiones, sino que además convierte desechos en recursos valiosos.
Actualmente hay falta de acceso a la recogida de residuos sólidos urbanos (RSU) para 2.700 millones de personas y casi el 40% de los residuos recogidos terminan en eliminación incontrolada o se queman abiertamente. Para cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible 11: Ciudades sostenibles, y particularmente la meta 11.6 que insta a prestar especial atención a la gestión de los desechos municipales para reducir el impacto ambiental negativo de las urbes para 2030, debemos hacer la recogida de RSU extensible a todos y eliminar de forma gradual los vertederos y quemas a cielo abierto.
Alcanzar el objetivo 11.6 reducirá la generación de metano y contribuirá a la mitigación del cambio climático (ODS 13: Acción por el clima). Reducir la generación de desechos mediante actividades de prevención, reducción, reciclado y reutilización (meta 12.5) evitará que los residuos lleguen a los vertederos. Pero además, abordar esta situación supondrá beneficios en otros ODS, como la prevención de la contaminación marina (meta 14.1) al reducirse la cantidad de desechos plásticos que llegan al océano.
Reducir el desperdicio alimentario en las cadenas de producción (meta 12.3) también ayudará a poner fin al hambre (ODS 2). Los beneficios locales incluyen la salud pública (ODS 3) y el medioambiente (meta 6.3: mejorar la calidad del agua eliminando los vertidos). Separar la fracción orgánica en origen y recolectarla por separado como materia prima limpia para el reciclaje promoverá la producción de alimentos sostenible, local y a pequeña escala (metas 2.3 y 2.4), así como la creación de empleo (meta 8.5).
Se necesitan acciones que desvíen los desechos del vertedero mediante una separación en origen que aumente las tasas de reciclaje de residuos orgánicos, así como desgasificar los vertederos y recuperar la energía del gas. Pero los costos de los servicios para cumplir la meta 11.6, incluso los más básicos, son inasequibles para muchas ciudades de países en desarrollo. Es preciso un enfoque unido, en el que todos los actores (nacionales, locales, productores de residuos, etc.) trabajen juntos para hallar soluciones.
En este sentido, el financiamiento climático tiene un papel esencial que ejercer. La comunidad internacional debe reconocer los beneficios globales de la financiación climática para apoyar la transición hacia prácticas sostenibles de gestión de RSU. Además, la recuperación de costes locales debe complementarse con ingresos procedentes de esquemas de responsabilidad ampliada del productor, de manera que quien coloca el producto en el mercado soporta los costos de recogida, reciclaje y eliminación apropiada de sus envases.
En cuanto a los países con más ingresos, se debe pasar del «problema» a la «oportunidad» de los residuos por medio de una transformación digital. El futuro de la gestión de los residuos pasa por la digitalización. La digitalización de la cadena de valor del residuo plantea un horizonte inmenso de crecimiento.
Todos los actores de la cadena, desde organizaciones que generan residuos como resultado de su actividad hasta los gestores de residuos, tienen en la tecnología una gran aliada para optimizar sus recursos, minimizar sus riesgos ambientales y reducir sus emisiones de GEI. Pero esta sigue siendo una asignatura pendiente para muchos estados, entre ellos el nuestro.
Un informe sobre digitalización del sector residuos en España realizado por TEIMAS reveló que, pese a los beneficios ambientales y económicos de la digitalización, menos del 30% de las más de 500 empresas encuestadas utilizaban un software especializado para su actividad. Respecto a las empresas productoras de residuos, de acuerdo con otro estudio de TEIMAS en el que se consultaron 265 grandes corporaciones, solo el 16% afirma contar con una solución digital para el tratamiento de los mismos.
Necesitamos acciones que garanticen una mejor gestión de residuos para todos, así como una mayor eficiencia de los recursos. El nuevo modelo de desarrollo se fundamenta en una economía circular y neutra en carbono. La tecnología digital nos llevará a una gestión inteligente, que además de mejorar la calidad de los datos, automatizar los flujos de información y la trazabilidad o asegurar el cumplimiento de la legislación vigente, ayudarán a elaborar políticas efectivas de residuo cero y mitigación del cambio climático.